miércoles

Mi familia.

Diario de viaje:
23 de marzo de 2015
Las maletas retumban a cada bache que el vehículo traspasaba, la música penetraba en mis oídos, llevando a mi mente las memorias que a esta acompañaban. Mis manos sostenían aquel dispositivo electrónico, los símbolos de ´´retroceso´´, ´´pausa´´ y ´´avance´´ brillaban sobre el fondo negro, mientras que la nítida luz del amanecer incrustaba sagazmente los retazos de los rayos que sobre mí se cernían. La vocecita de mi hermano, de apenas tres años de edad, era audible incluso con el alto volumen de las canciones, sus palabras quebraban de manera imperceptible el ambiente.
-¿Cuándo llegamos? ¿Cuándo llegamos? ¿Falta mucho?- repetía
Mi madre asió su muñeca delicadamente, rozando con su pulgar la lisa superficie de la joven piel. Una tierna sonrisa maternal calmó al pequeño de la familia.
-No falta mucho cariño- pronunció con el leve tono que tal solo ella era capaz de formular.
-¿Qué les vas a decir a los abuelos cuando los veas?- preguntó mi padre desde el asiento del piloto, girando tenuemente la barbilla.
La siguiente media hora transcurrió rápido, y para cuando quise reaccionar, maravillada por el paisaje, el coche frenó en seco. Dos figuras de cierta longevidad esperaban emocionadas, en sus acabados rostros un sentimiento de exaltación cincelaba sus facciones.
Mamá se adelantó, a un ritmo casi atlético, con el fin de abrazarles, mi progenitor pellizcó, sin intención de herirme, mi hombro, significado de realizar lo debido. Al llegar bajo el árbol en el que se reguardaban sentí cierta confusión. Su entonación, sus sílabas… todo era distinto. Aquella que había dado luz, a quién sufrió de mi primera mano mi alumbramiento, se percató de lo enarcadas que se debían encontrar mis cejas. A lo que respondió con el suave plegamiento de sus labios, manifestando una sutil sonrisa.
Tras las presentaciones, el panorama del mar Mediterráneo subyugó mis pensamientos por completo, casi ignorando la presencia que a mí se acercaba.
-Te vi un poco rara hoy por la mañana-musitó mi abuelo
-¿Por?-respondí entre carcajadas
-¿Acaso tu madre no te ha enseñado valenciano?-consultó dirigiendo su mirada hacia el horizonte
-No, nunca
-Vergüenza debería de darle-mencionó con la pícara risita que le caracterizaba
-¿Me enseñarías tú, abuelo?
-Por supuesto mi nieta-murmuró estrechándome entre sus brazos

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